NOVELA POR ENTREGAS

BIOGRAFÍA DE UNA CONVERSIÓN

Historias psicodélicas y trascendentales que me llevaron a Dios

PREFACIO

EL ORIGEN DE TODO

Tenía nueve años, estaba en el salón de actos del colegio de las Dominicas en La Laguna. Una vez a la semana, nos ponían un capítulo de una serie televisiva dedicada a la biografía de la madre Teresa, la que luego sería mentada como Santa Teresa.


A mi me gustaba especialmente esa historia, por varios motivos:


Por la misma época, asistí también a una película en blanco y negro, acerca de una leprosería. Me impactó mucho ver cómo la gente desdeñaba, aislaba y temía a aquellas personas.


Yo me identificaba con quienes no temían contagiarse, con las misioneras que estaban ahí: ayudando sin miedo y dejando su destino, su vida y su muerte, en manos de Dios.


Podría decir que, con estas excursiones al salón de actos, las madres dominicas pretendían lavarme el cerebro; a menudo hablaban de vocación, de escuchar la llamada del Padre. Podría pensar que buscaban adeptas pero, la verdad, no me engañaron; en eso no. 


Las monjas insistían en que, si tenías vocación, la llamada sería clara, que no cabría duda. Así que, a pesar de mi solidaridad natural con los más desfavorecidos y mi afecto por los valientes que dedicaban su vida a ellos, yo no acabé en las filas monásticas, precisamente, porque no escuchaba nada.


Sin embargo, debo contar algo muy íntimo, que es el origen de toda esta historia. Yo rezaba, hablaba con el Dios que me habían enseñado. Y, en aquel tiempo, oraba por algo concreto: le pedía que, por favor, me diera una señal clara para seguirle.


Con doce años me trasladaron de colegio y de orden religiosa. El tiempo dedicado antes a ver películas, ahora se empleaba en rezar el Ángelus y el Rosario. Muy resumidamente, la inspiración dio paso al adoctrinamiento.


No sé si fue mi marcada edad del pavo, esta nueva realidad o ambas cosas; pero me alejé progresivamente de las oraciones de mi infancia. Encontraba ahora demasiados prejuicios y demandas de lo humano para adorar a Dios. Las monjas se tornaron severas y ofensivas; no todas pero sí muchas… las suficientes. Y en mi adolescencia, el control y la exigencia desmedidas, sólo me animaban  a la rebeldía.


A la edad de 15 años andaba ya peleada con una realidad marcadamente moral que, en todos los ámbitos, exigía una conducta apropiada. Lo seguí intentando, no ya acercarme a Dios, sino al menos cumplir con los cánones exigidos por la sociedad en la que vivía. Pero a las puertas de recibir el sacramento de la Confirmación, decidí no creer en Dios. Posiblemente fue un símbolo de mi aspereza: "¿Todo esto se me exige? Pues no, así prefiero no creer en nada".


Pese a ello, Dios me estuvo persiguiendo mucho tiempo o, mejor dicho, yo lo estuve persiguiendo a él/ella sin darme cuenta. Así que, lo creas o no, todo lo que voy a relatar en las próximas páginas, y digo todo, me fue acercando de nuevo a la Fuente.

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