26. EL FINAL DE LA RAZÓN

Lo que comenzó como una forma de resolver un estado anímico bajo, se convirtió en algo que empujó mi alma hacia la búsqueda de algo más. A mis cuarenta años recién cumplidos, como invita Jesús en la Biblia, "lo dejé todo y lo seguí". 


Recapitularé un poco. Yo no creía entonces en Jesús, en el Dios cristiano, ni en ninguna religión. Todas las conexiones que había vivido en mi juventud las explicaba como un acceso al inconsciente, igual que ocurre en sueños. Todo lo que había estudiado sobre el Ser en la licenciatura, las oposiciones o el máster no me acompañaba en mi vida cotidiana: Había consistido en un entretenimiento intelectual fascinante, pero separado de mis vivencias trascendentales; a las que, por otra parte, no daba demasiado crédito por suceder bajo el efecto de las drogas. En mis últimos años, tanto durante el Camino de Santiago, como con las Terapias Naturales, tuve también sensaciones, pero nada me decían entonces de un Dios omnipotente. Como mucho me había empezado a abrir a la posibilidad de que existiera algún tipo de energía universal. 


La diferencia, sin embargo, entre todas las experiencias relatadas y la que te he contado en el capítulo anterior era doble. Por una parte, sentí por primera vez vez que algo venía de afuera, no de mi elaboración mental inconsciente o de una ampliación de los sentidos naturales. Por otro lado, tenía un sentido claro: Hasta ese momento todo lo que viví en estos términos ocurría sin más, sin un porqué, o era el resultado de un estado de ánimo de dentro hacia afuera. Sin embargo, cuando sentí que una mano se posaba sobre mi pelo, después de haber constelado la relación con mi madre, no podía ser otra cosa que algo/alguien que venía hacia mí para reconfortarme ¿Y qué podía ser sino mi misma madre?


Empecé entonces a sospechar que había más y mucho más, y eso me llevó a tomar dos decisiones cruciales en mi vida. La primera fue dedicarme de lleno a mi proceso de crecimiento personal. La segunda fue abandonar el camino del conocimiento y lanzarme en volandas al camino del sentir.


Pasados dos años desde que tuve mi primera experiencia en Constelaciones y formada ya en esta terapia, dejé mi profesión de docente de Ética y Filosofía. Y no sólo eso, no toqué un libro más en absoluto y, por supuesto, nunca más un libro de filosofía. Sentí que, enredada en mi búsqueda del conocimiento, no había siquiera comenzado a experienciar el milagro de la vida. 


El día en que me despedí del rol de profe regalé mi colección bibliográfica, atesorada durante más de dos décadas, a la biblioteca del último instituto donde tuve el gusto de dar clases. Mi única aspiración ahora era vivir en carne propia eso de lo que hablaban los libros de espiritualidad: plenitud, felicidad, consciencia, esencia, ser…

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