36. EL ARTE DEL ACECHO

Mi proceso de crecimiento personal fue un revoltijo de terapias y experiencias que me llevaban de aquí para allá al ritmo de la intuición. Contaba con mucho tiempo: los dos últimos años de mi carrera como funcionaria en la Consejería de Educación de Madrid, trabajaba a media jornada o realizaba sustituciones esporádicas.


Al tratar de describir esta fase, he preferido hacerlo más bien por temáticas que por cronología; pero en realidad yo entremezclé todo lo que te he contado respecto a terapias naturales con incursiones al mundo del chamanismo, y aún no había dejado mi puesto como profesora de Filosofía… pero ya habrá tiempo de volver ahí.


El chamanismo indígena americano llamó mi atención desde el inicio. Su afincamiento en la Naturaleza, el respeto al latido de la Tierra, era un contrapunto interesante y casi necesario a mis conocimientos de la metafísica budista y europea, más tendentes a la energía "cielo". Me inspiraron mucho más las Constelaciones Familiares Chamánicas, que las Constelaciones Familiares a secas, aunque de éstas saque también un muy apreciable provecho. Pero no quedó ahí mi incursión en este terreno.


Las otras lecturas que realicé en esta época fueron de chamanismo, principalmente los relatos de Carlos Castaneda, un antropólogo estadounidense que se inició en el conocimiento tolteca de la mano de su maestro don Juan. En ellas el autor cuenta un sinfín de experiencias psicodélicas bajo los efectos de una planta sagrada: un cactus del desierto Sonora, en México, cuyo componente principal es la mescalina. Pero también habla de enseñanzas antiguas sobre el mundo, la vida y el aprendizaje de diferentes técnicas propias de los llamados "hombres de conocimiento".


Una de las cosas que más me gustaba de estos libros era su lenguaje, mucho más poético y plástico que aquel al que estaba acostumbrada. Afirma en ellos que cada persona y cada ser viviente es una "burbuja luminosa", lo cual es lo mismo que hablar de cuerpos sutiles o aura. No obstante, el concepto de "burbuja luminosa" me conectaba más con esa imagen de algo que en el fondo no posee ninguna corporeidad. 


Además, hablaba de dos técnicas principales para alcanzar el grado de maestro: el "arte del ensueño", del que ya te he estado hablando, y el "arte del acecho". El arte del acecho consiste en mantener siempre tu energía contigo. Al ser burbujas energéticas, nos diluimos una y otra vez mediante nuestro contacto y nuestras experiencias en la vida; y si perdemos nuestra energía perdemos nuestro poder. Igual que en el Budismo se habla de que el modo de no perder el propio centro es sostenerse en la tensión inherente al arco y la flecha, entre el Yin y el Yang; en el conocimiento tolteca se llama a esto el "arte del acecho": un hacer y dejarse hacer constante, que es lo mismo que un "no-hacer haciendo" o un "hacer no-haciendo". 


Para lograr éxito en el arte del acecho hay que tener en cuenta dos cosas: la intención propia y el movimiento o "intento" del Universo. Si se consigue una acción que conjunte ambos a la perfección, la energía que se pierde es cero y una continúa siempre centrada o, lo que es lo mismo, no pierde su energía luminosa. Al inicio, el acecho consiste en cosas simples de la vida normal, como la observación del entorno para adecuarse a él y lograr un objetivo. Pero, con el tiempo, trata también de una observación mucho más lejana que tiene en cuenta señales sutiles de la realidad global. Para ello necesita del arte del ensueño.

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