39. NOSOTROS

Un buen día, a mi vecino se le ocurrió invitarme a mí y a dos personas más a tomar honguitos. Los "honguitos" son unas pequeñas setas del género psilocybes, llamado así por su alto componente en psilocibina y psilocina: alcaloides con propiedades enteógenas o psicotrópicas. Se consideran las plantas alucinógenas más antiguas utilizadas por la humanidad: se han encontrado en la India restos arqueológicos de rituales del año 1.600 antes de Cristo. Asimismo, estas setas son una de las plantas sagradas más extendidas en el Planeta: ya los griegos antiguos, los iraníes, los nómadas de Siberia y las culturas precolombinas de México y Centroamérica los utilizaban en sus ceremonias ancestrales. 


Los honguitos se dejan secar y, tal cual han venido al mundo, se ingieren masticándolos muy bien para extraer toda la sustancia, hasta que se deshacen en la boca. Yo había oído hablar de ellos muchas veces, pero nunca tuve ocasión de probarlos. Ahora que estaba en proceso de crecimiento personal e interesada en el conocimiento chamánico, aunque la ocasión fuera más festiva que introspectiva, no pude resistirme. 


Pasado un buen rato, a ninguno parecía habernos hecho efecto y la reunión finalizó. Sin embargo, cuando me fui a mi apartamento comenzó uno de los procesos más intensos de mi vida. Nunca había vivido nada tan realista como entonces.


La primera parte fue como una terapia que me realizara a mí misma a partir de diversas regresiones que me sucedieron espontáneamente. Cuando estás bajo el efecto de psicotrópicos no puedes salir de ahí fácilmente, así que utilicé mis conocimientos incipientes en Constelaciones para tratar de reconocer con amor y respeto los momentos traumáticos de mi vida pasada en que me hallaba envuelta. En el momento en que lo conseguía parecía recobrar el sentido de realidad: mi propio ser sobre la cama revuelta de mi habitación, ampliamente iluminada por las lámparas del techo y el escritorio.


Fueron tan fuertes las catarsis vividas que, al "despertar", saltaba corriendo hacia la cocina y me tomaba un par de cucharadas soperas de azúcar moreno, para ver si así conseguía atenuar el efecto. Pero al volver al dormitorio, comenzaba de nuevo otro proceso, el cual no finalizaba hasta sentir una reconciliación profunda con lo vivido.


La segunda parte fue muy diferente: ya no tenía nada que ver con mi biografía, ni siquiera con la realidad habitual. Me encontraba envuelta por un capullo de hilo de seda, como una oruga que pronto se convertirá en mariposa. De dentro hacia afuera se veía de un color amarillo intenso, indicando una luminosidad exterior. Mi cuerpo estaba inmóvil y en posición fetal, pero conseguí elevar la cabeza para mirar a la altura de mi coronilla, en donde había una abertura. En el momento en que logré alzar la vista hacia afuera me encontré, como si te estuviera viendo a ti en este momento, con el rostro enorme de una mosca, del tamaño del de un ser humano. La primera sensación fue de espanto, pero no sentí agresividad ninguna, más bien cierta ternura, así que traté de observar un poco más. Indudablemente mi cuerpo envuelto en el capullo se hallaba entre sus brazos, pues conseguí ver sus hombros antropomórficos y la postura desde la que podía divisarlo era desde su propio regazo. Traté de relajarme y, mirando un poco más allá, me di cuenta de que al lado de "papá-mosca" había una mujer, "mamá-mosca" y eran ambos quienes me sostenían entre ellos como a un bebé que acaba de nacer dentro de su envoltura de seda amarilla.


Cuando desperté de este "viaje" -el más fantástico, real y sentido hasta la fecha- me levanté de nuevo. Esta vez me encontraba ya más entera y decidí salir del apartamento al jardín que conectaba con la casa de mi vecino. Lo que voy a contar ahora fue para mí aún más relevante; quizás no en términos de vivencia, pero sí en cuanto a su significado transpersonal.


Estaba dando una vuelta, en la oscuridad de la noche, alrededor de la piscina que había en el jardín compartido. Al caminar sentía todo el tiempo que tenía a mi espalda diversas presencias siguiéndome a una distancia muy corta. Yo miraba hacia atrás pero al girarme no podía verlas; como si se tratara de una cadena de personas, quienes me seguían también cambiaban de dirección. Traté de no hacerle mucho caso y estuve paseando un buen rato, tan sólo sintiendo esa corriente humana detrás mío. Entonces, un poco más allá, bajo la parra en donde había consumido los honguitos, me topé con los otros dos amigos que también habían tomado. Hacia adelante yo lo veía todo normal y podía entender lo que me decían cuando hablaron de su efecto, muy leve comparado con el mío. Pero al hablar yo, sin saber cómo ni porqué, de mi boca salía en vez del pronombre singular "yo", el plural "nosotros". No traté de evitarlo, simplemente continué charlando y a ellos no pareció extrañarles: "a nosotros nos fue bien" o "nosotros pesamos que...".

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