17. ETERNO RETORNO

El único resquicio de la teoría de Hegel fue su excesivo optimismo. Pensó que por el desarrollo que había en su época en cuanto a la ciencia, la filosofía, el arte y la religión; la Humanidad y el Ser en su conjunto estaban cerca de finalizar su proceso evolutivo. Si la Humanidad podía ya integrar su parte cognoscitiva con su parte sensible; el Espíritu, que es la unidad entre la Idea y la Naturaleza, también había logrado su propósito.


Pero la verdad es que la visión hegeliana del Ser Absoluto estaba muy lejos de llegar al pensamiento de la mayoría de las personas: o bien descreían de los valores religiosos y se lanzaban en masa al ateísmo; o bien seguían creyendo en un Dios teológico, premiador y castigador, que existía fuera del universo. 


Friedrich Nietzsche, autor también alemán de finales del siglo XIX, se dio cuenta de esto e intentó una fórmula metafísica que daría la vuelta a todo lo anteriormente conocido. Para él, el Universo no sólo está vivo, sino que es infinito. En el despliegue evolutivo de todas sus capacidades, llega a un momento de máxima expansión, igual que en su predecesor. Pero, a partir de ahí, cambia el sentido y comienza un proceso de contracción que finaliza en lo Uno puro; para volver a recorrer de nuevo el camino de manifestación de la rica variedad que conocemos. A este ciclo infinito de expansión y contracción lo llamó el "eterno retorno de lo mismo". 


Con esta teoría, Nietzsche da cabida, por primera vez en veintitantos siglos, al pensamiento oriental; más proclive a entender la evolución como algo cíclico que como algo lineal. Igual que un corazón late en ciclos de expansión y contracción, la Vida universal e infinita se repite constantemente sin principio ni fin.


Sin embargo, al destruir el concepto de evolución lineal y sustituirla por un movimiento universal que va y viene indefinidamente, ajeno a las pretensiones humanas de progreso; Nietzsche redujo el papel del ser humano en la Vida, al de una minúscula célula dentro un organismo infinito. 


En una de sus obras, más metafóricas que sistemáticas, compara al hombre o a la mujer en el Ser Absoluto, con una simple mosca en el mundo humano. Eso sí, con consciencia para admirarla, disfrutarla e, incluso, amarla.


Pero para la racionalidad científica del siglo XX esto no era admisible, como no lo fue para la doctrina de la Iglesia en los siglos XVI y XVII las teorías cosmológicas de Giordano Bruno o Galileo. Cada vez que un pensador ha intentado colocar a las personas en un pequeño lugar, frente a la inmensidad inconcebible de lo universal, ha salido mal parado.


A Nietzsche no lo quemaron en la hoguera, pero sufría episodios esquizofrénicos muy fuertes que le llevaron a una muerte prematura. La escisión que existe entre el sentir místico y la racionalidad lógica en el ser humano es muy profunda y se ha llevado por delante a muchos pensadores. Nietzsche fue la más grande expresión de este conflicto en el siglo XIX.

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