19. LO SUBLIME

Con lo aprendido durante la carrera y las oposiciones, sumado a lo que podían aportar los libros de texto de Bachillerato, me dediqué a dar clases en diversos institutos de la Comunidad de Madrid, siempre como interina: sustituyendo a otros profesores de baja u ocupando plazas vacantes que, a lo más, duraban un curso escolar.


Mientras fui docente, el gusanillo de investigar aún más sobre Filosofía y la necesidad de obtener más puntaje en la fase de concurso de las convocatorias bianuales al Cuerpo de Enseñanza Secundaria, me hicieron matricularme en un Máster de Estudios Avanzados de Filosofía. 


Durante esos estudios hice tres descubrimientos que ahora siento importantes en mi recorrido hacia el encuentro con lo divino. Con ellos finalizaré esta serie de relatos sobre Metafísica.


El primero fue un ensayo que escribí sobre el concepto de "lo sublime" en Kant.


Inmanuel Kant, filósofo del siglo XVIII, fue un autor extremadamente sistemático y omniabarcante, al estilo de lo que después sería Hegel. Su filosofía comienza con la pregunta, no sobre el Ser, sino sobre qué podemos los seres humanos conocer de él. 


En primer término habla del conocimiento teórico, lo que hoy llamamos ciencia, el cual procede de la observación a través de los sentidos. Esta forma de conocimiento es limitada, hay tres cosas que no puede demostrar: el Alma, conciencia o yo individual; la Realidad, entidad total de lo material-natural; y Dios, unidad de todo lo que es. Es sencillo, son tan generales que no pueden ser observadas: no se puede salir afuera de ellas y mirarlas, no se puede experimentar con ellas. Es por ello que las llamó Ideas Trascendentales.


Pero Kant se sacó, no uno, sino dos ases de la manga. 


Toda la ciencia se basa en la presuposición de que estas Ideas sí tienen existencia porque, si las negara, todo el conocimiento que tenemos de la realidad carecería de sentido. Por ejemplo, si queremos sostener el concepto de gravedad, necesitamos suponer que existe una realidad global que se ajusta a ella; si queremos hablar del conocimiento será que hay un yo pensante, aunque no podamos demostrarlo desde el mismo pensamiento; si queremos hablar del movimiento de los astros, será que hay una entidad global en la que se crea ese movimiento. Las llamadas Ideas Trascendentales son generalidades, no demostrables, pero necesarias para sostener todo el conocimiento científico.


Pero no se quedó ahí el pensador de Konigsberg. El conocimiento científico no lo es todo. Existe un conocimiento práctico que regula las acciones humanas (Ética) y existe también lo que llamó el "juicio" que es algo que depende del gusto (Estética). Los juicios u opiniones que tenemos sobre las cosas en función de lo que nos gusta o no nos gusta, nada tienen que ver con la razón teórica.


La cosa es que cuando se pone a reflexionar sobre el gusto, sobre lo que llamamos "bello", "feo", "agradable" o "desagradable", se da cuenta de que existe un sentimiento que va mucho más allá de lo concreto: el sentimiento de lo sublime. El sentimiento de lo sublime ocurre ante el pensamiento o la visión de algo que excede todos los sentidos, algo que es tan increíblemente grande (como el concepto de infinito matemático), tan tremendamente poderoso (como una tormenta que abarca el cielo entero) o tan extasiantemente bello (como un amanecer sobre un valle interminable) que sobrecoge el sentimiento y excede a la capacidad de la razón. Estas sensaciones de estremecimiento, asombro o admiración son la verdadera conexión con aquellas Ideas Trascendentales, con la sensación de que existe algo más allá de lo que la razón o la ciencia pueden conocer.

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