4. INCONSCIENTE CIRCULAR

La segunda experiencia con LSD fue mucho más larga y, aunque no recuerdo los detalles, sin duda ha sido una de las más reveladoras; no tanto por su contenido como por su forma.


Andaba, como decía, de fiesta de Carnaval cuando de nuevo me ofrecieron tomar un ácido. Los llamaban "letras árabes", si no recuerdo mal. 


El ácido, LSD o también "tripi" (del inglés "trip", viaje) es un líquido que se impregna en un papel y se coloca en el paladar, hasta que es absorbido por la saliva. Este papel, a su vez, tiene siempre un distintivo; en este caso eran letras del alfabeto arábigo. Sólo con 1/4 de un papelito que podía medir 5x5 milímetros ya era una dosis suficiente.


Imagina que cierras los ojos y comienzas a ver imágenes. Al principio tienen que ver con tu realidad. Una película que has visto, un cómic, un puzzle, el trabajo de todos los días, tu familia: cosas que te han pasado. Pero,  poco a poco, las historias que suceden se van alejando de lo conocido. Las personas, los hechos, las vivencias basadas en recuerdos desaparecen y comienzan a suceder otros que te llevan a lugares distintos, a otras relaciones, sumergiéndote en mundos desconocidos.


La dinámica es como la de un sueño pero estando despierto. Es un cara a cara con la elaboración inconsciente.


Cuando te das cuenta, estás en un lugar completamente irreal o, al menos, que no se parece en nada a tus experiencias biográficas. Las historias te son ajenas, mundos nuevos que se agolpan en tu cabeza.


En un momento de lucidez, abres los ojos, miras tus manos y son unas manos, pero no tus manos. Estás tan lejos de ti que no te reconoces como tú. Has perdido el sentido de realidad.


En ese momento se enciende la alarma. El cerebro consciente entra en pánico: "¡Me estoy yendo de mí!. Las historias de personas que se pierden en sus "viajes" toman relevancia. El miedo te supera. Entonces, un sentido lógico de cordura, como un resorte, comienza a actuar. ¿Cómo puedo volver a mí?


Yo tuve suerte, pude hacerlo. De pronto, me di cuenta de que todas las historias que había vivido y que me habían llevado tan lejos, a una irrealidad que se sentía también real, nacían de la anterior.


Había viajado por una serie de círculos concéntricos. Cada uno de ellos era un sueño completo, una vivencia… acuérdate de que estaba despierta. Pero se enlazaba con la siguiente por un pequeño detalle, desde el cual se creaba la nueva y así, una tras otra, iban apareciendo más y más realidades ajenas a mi ser consciente.


La única forma de volver a mi, a mi propia individualidad, a la Sole que conocía, con su vida y sus recuerdos; era ir recordándolas, recorriéndolas, una a una en sentido inverso. Como quien sigue el camino de vuelta a través de las miguitas de pan que ha ido dejando en los árboles del bosque.


No sé cómo ni porqué encontré esa solución y menos aún como fui capaz de, durante un par de horas, o al menos eso me pareció, reconstruir el camino andado de regreso a casa. Recorriendo cada historia, cada círculo, desde el más lejano hacia el interior y a través de un punto de conexión entre uno y otro, el trayecto resultó ser una espiral transitada de fuera a dentro.  


Paso a paso conseguí entrar de nuevo en territorio conocido. Había estado en el borde del abismo, en el espacio inexplorado de la locura. Había estado en el límite en que la espiral se sumerge en el vacío. Pero no desde un sueño que al despertar acaba, sino como una realidad de la que tenía que encontrar el modo de salir para poder despertar.

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