7. INTELIGENCIA CORPORAL

He hablado de drogas, pero no he mencionado la sustancia más habitual en las fiestas nocturnas de juventud: las bebidas alcohólicas. 


Todo el mundo sabe que el alcohol es un deshinibidor de la conducta, así como un analgésico. El alcohol acompaña desde su origen al ser humano porque le permite  mostrarse más como es: con su alegría, con su tristeza, con su amor y, también, con su rabia o su violencia.


No es habitual tener experiencias transpersonales con el alcohol, porque adormece o provoca inconsciencia cuando es tomado en exceso, aunque es posible.


Yo siempre me había preguntado cómo podía ser que, tras el abuso de esta sustancia, pudiera realizar acciones sin que mi mente estuviera presente. Las personas que han bebido mucho sabrán que, al día siguiente, la memoria puede fallar y no recordarse partes de la noche de fiesta.


Esta pérdida de la conciencia, a menudo, provoca ansiedad. "¿Habré hecho el ridículo? ¿Me habré sobrepasado con alguien?". Muchas personas no toleran esta situación y deciden no tomar alcohol porque saben que se produce una pérdida del control, porque saben que pueden transitar caminos que, en estado de sobriedad, no se permitirían.


El alcohol da luz a la ambivalencia que todo ser humano posee en su interior. Ocurre igual con las demás drogas y también con los sueños. En palabras de Freud, existe una lucha interna entre el "principio del placer" y el "principio de realidad"; es decir, una serie de acciones libres o desinhibiciones que quieren abrirse paso frente a las normas del decoro o las costumbres "correctas" de la vida en sociedad.


A lo largo de mi vida, las bebidas alcohólicas me enseñaron a perdonarme. Sabía que todo lo que hacía era por algo, que el impulso estaba en mi interior, no en el alcohol, como algunos quieren afirmar. Por si no ha quedado claro, el alcohol no es el causante de lo que hacemos estando ebrios; sólo le da cauce. Así que, como siempre estuve interesada por conocer esa parte no consciente de mi misma; esa parte que, ante todo, quiere ser libre; yo me dediqué, desde muy joven, a permitir que se expresara todo lo posible. Y, muchas veces, tuve que perdonar mis propios excesos conductuales.


Lo que voy a contar ahora trata de esto, pero también de algo mucho más importante aún, si cabe.


Un día, estando ya en Madrid, regresaba a casa tras lo que suele llamarse una "buena borrachera". Iba andando rumbo a mi domicilio por las calles vacías de Malasaña y justo en la vía que desembocaba en el portal de mi edificio, una bajada bastante pronunciada, adquirí conciencia de mi cuerpo haciendo "eses" de un lado a otro de la calle.


La curiosidad de este hecho es la distancia que se produjo: simplemente veía, sentía, pero no controlaba. Había un cuerpo, mi cuerpo, que caminaba logrando su propio equilibrio sin mi absoluta intervención o, al menos, sin la intervención de lo que yo creía por aquel entonces que era yo: mi mente y sus contenidos más o menos conscientes.


Al darme cuenta, mi reacción fue inusitada: me dejé llevar por él, no intenté dominarlo ni poseerlo. Sólo me asenté en él desde la consciencia y permití que su sabiduría, su instinto o su inteligencia me transportaran. Paso a paso fui tomando tal confianza que terminé en jolgorio consciente: como quien disfruta navegando por las olas, con la seguridad de que el barco lo llevará a buen puerto.