27. CONSTELADICTA

Lo que no habían conseguido las drogas, lo lograron las Constelaciones Familiares: me enganché irremediablemente a ellas. Después de participar en algunos talleres aislados de una jornada, decidí intervenir en otros de fin de semana, que formaban parte de un curso de capacitación. Al cabo de unos seis meses ya me soñaba a mí misma facilitando esta terapia; así que, puesto que había asistido indistintamente a clases del primer y segundo nivel, decidí terminar conjuntamente ambos. Por si esto fuera poco, encontré otra formación de seis meses avalada por la Universidad Complutense de Madrid. El resultado fue que, en el plazo de un año y medio, obtuve el título en dos cursos que en total duraban dos años y medio. Para ello asistía todos los meses a una media de cinco días de taller.


Lo interesante de este período no fue sólo la habilidad que obtuve, al tipo de una inmersión lingüística, en esta forma de terapia holística; sino la sanación que se produjo en mí y las conexiones cada vez más intensas que fui experimentando. Obviamente no voy a contártelas todas, me sería imposible, pero trataré de revelarte las más llamativas.


Antes, sin embargo, te resumiré un poco en qué consisten las Constelaciones, al menos en lo que sea necesario para proseguir mis relatos. Lo más importante es que sepas el procedimiento: una persona se hace una terapia y el grupo participa representando roles que tienen que ver con el conflicto que desea armonizar. La representación sólo precisa dejarse llevar, permitir al cuerpo y a las emociones que expresen lo que en el momento se está sintiendo: si entra cansancio se deja caer una al suelo o se sienta, si apetece subir los brazos se suben, si se siente caminar se camina... y lo mismo con cualquier sentimiento que te embargue, sea risa, llanto, ira, culpa o arrepentimiento. 


Fue tal el desenvolvimiento de mi capacidad corporal para representar, que a menudo había personas que reconocían en mí gestos de su padre, su abuela o su hermano. Recuerdo una vez que empecé a caminar cojeando y con una mano agarrotada: resultó que la persona que yo representaba había sufrido una parálisis lateral en todo el cuerpo. Pero eso no era todo, también determinadas palabras que se decían, como por ejemplo un apelativo cariñoso, eran reconocidos. 


La magia de las Constelaciones era tal que mi cerebro científico trató de entenderlo y, efectivamente, existe una explicación bastante razonable: se llama la teoría de "resonancia mórfica'' de Rupert Sheldrake. 


Según explica este especialista en bioquímica, la naturaleza posee una memoria basada en la similitud espacio-temporal, es decir, que todo lo que ocurre ha tenido un precedente en el pasado en una ordenación parecida. Esto se aplica a seres vivientes y también a comportamientos, hábitos, o sociedades. La resonancia es un principio de memoria, entendida como información, que define así la forma y conducta en los grupos de cosas o "campos". Aplicado a Constelaciones significaría que en esta terapia se crea, a través de los participantes, un campo de resonancia de la memoria familiar de la persona para quien se realiza.

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