30. OM

Con las Constelaciones también comencé a tener visiones. Yo había hecho anteriormente un curso de Meditación en una asociación budista y, en aquel entonces, tenía ya bastante práctica en la observación de mis pensamientos y en la atención al momento presente. De ahí que, cuando las conexiones visuales empezaron a aparecer, hice lo mismo que con las kinestésicas, dejarlas ser. 


Las primeras visiones fueron entre sueños, mitad dormida, mitad despierta. Recuerdo una noche vivir experiencias terribles, como si estuviera en el mismísimo infierno: numerosas personas a mi alrededor y yo misma sufríamos vejaciones atroces, como torturas, crucificciones o empalamientos. Mi cuerpo se revolvía, mi respiración y mi pulso se agitaban; pero podía mantener una calma interna desde la que observar, permitiendo que todo aquello sucediera. 


Pronto los ensueños me sobrevinieron a plena luz del día. En ocasiones, la catarsis sufrida durante una Constelación era de tal magnitud, que no podía regresar a mi estado normal enseguida y me quedaba tumbada en la habitación de al lado mientras el resto de participantes continuaba en el taller. Allí tuve mis primeras visiones diurnas.


Me encontraba echada sobre una colchoneta y de pronto sentí que desde el suelo subía una mano oscura, como la de un muerto que sale de su tumba, a la altura de mi corazón pero por la espalda. Pese a mi temor, no me moví. Entonces la mano atravesó mi cuerpo y agarró mi corazón como para arrancármelo del pecho. Sentía un frío intenso como si una piedra lo envolviera y una terrible presión lo acompañaba. De mi boca salieron entonces unas palabras envueltas en lágrimas: "Por favor, quédate conmigo pero no te lleves mi corazón". En ese momento el calor comenzó a apoderarse de nuevo de mi, hasta volver a la realidad habitual de la habitación. 


Tal cual tuve conexiones de oscuridad, también las tuve de luz. En una situación similar, arropada tras una Constelación, me ocurrió algo totalmente inverso. De entre mis piernas comenzó a manar una corriente de agua blanca, como brotando de una fuente y siguiendo un curso que, poco a poco, me rodeó por completo formando un círculo luminoso. Cuando me di cuenta, una media esfera se había formado también a mi alrededor, como quien está dentro de una tartera de luz. Allí me sentí como elevada sobre las nubes y acogida por ellas a un tiempo: pura paz, pura quietud, puro éxtasis.


Poco a poco mis experiencias fueron haciéndose más y más frecuentes y lo inundaban todo. Por entonces me las explicaba en base a la teoría de arquetipos de Karl Jung, discípulo de Freud, quien sostenía que todo ser humano posee unos referentes ideales similares. Alguien podría incluso argüir que quizás eran mezclas de imágenes extraídas de películas. Pero estas posibilidades sucumbieron, un buen día, ante la visión clara de un símbolo muy extraño: estaba ahí, frente a mi entrecejo, sólo y en medio de la oscuridad, tenía la forma de un "3" muy extraño, con una rayita y un punto encima. 


Ya por aquel entonces anotaba algunas de mis visiones, así que me levanté corriendo a dibujarlo antes de que se me olvidara y se lo mostré a una compañera en el siguiente taller. Ella me dijo, "ese es el símbolo del Om". Para mí, aquella experiencia fue la confirmación de que existe un inconsciente colectivo al que todos podemos acceder.