31. EL OJO DE LA PERCEPCIÓN

Animada por mi nueva capacidad para ensoñar, comencé a informarme sobre la apertura del "tercer ojo", visioné vídeos en el ordenador que ayudaban a esta finalidad y entornaba los ojos en busca de poder captar las auras o campos vibracionales de las personas. Durante la misma época también asistí a algunos talleres de Respiración Holotrópica, una forma de respiración más bien agitada que, a base de hiperventilar el cerebro, trae a la mente imágenes en estado de vigilia. En estas sesiones me ocurrieron dos cosas dignas de mencionar.


La primera fue muy extraña. Tenía los ojos cerrados y estaba en blanco, casi al borde del sueño, cuando de pronto vi los muebles de una habitación: una cama de estructura metálica con una manta raída por encima, el suelo y, enfrente, una estufa de hierro antigua. Los veía como no había visto nada hasta entonces, ni siquiera en sueños; con una nitidez perfecta, como si estuviera viendo a plena luz del día. Los detalles y el color eran increíblemente claros, incluso apreciaba las texturas. Pero la diferencia era que sólo podía ver una parte, el resto permanecía oculto por los bordes de una circunferencia, como quien observa por la mirilla de una puerta. Además, la circunferencia en la que estaba enmarcada la imagen estaba muy lejana: imagina que coges unos prismáticos del revés y enfocas a lo lejos. El resultado era un pequeño agujero en un campo de visión completamente negro, en el que se insertaba una imagen nítida y real. Intenté reconocerla. Recuerdo enfocar principalmente hacia la estufa e incluso intentar colarme por el agujerito a ver si podía ver más; pero no cambiaba nada, aquella habitación me era del todo ajena. Al ser plenamente consciente de lo que me estaba ocurriendo, abrí los ojos y, en lo que dura un suspiro, permaneció la imagen en el techo de la sala en la que me hallaba. Luego desapareció. 


Esta misma experiencia se me repetiría en bastantes ocasiones, incluso llegó un momento en que conseguí traerla a propósito, simplemente relajando el cuerpo con los ojos cerrados y concentrando toda mi atención en el entrecejo. Las imágenes variaban: generalmente pertenecían a paisajes urbanos y muy raramente a elementos naturales. Siempre que me concentraba en algún detalle para tratar de reconocer el lugar, la visión desaparecía. Por otra parte, la perspectiva era cercana, como si yo estuviera en aquellos lugares. Aquellos espacios no estaban lejos, pero el pequeño círculo en que se enmarcaban sí permanecía a distancia.


El único cambio que se produjo durante estas visiones es que la "mirilla" se hizo más grande. Al principio podía ser como una pantalla de ocho pulgadas a cuatro o cinco metros de distancia; al final ya era como un televisor redondo de diez o doce pulgadas de diámetro a dos metros. Había adquirido mayor campo de visión. En una de las últimas recuerdo ver una ciudad de altos edificios con gente transitando.


Preguntando por el origen de todo esto, alguien me comentó que era "el ojo de la percepción"; lo cual ahora imagino que vendría a ser como decir el ojo de la consciencia o "tercer ojo". En total debí tener entre diez y veinte experiencias de este tipo, siempre igual de fugaces. En años posteriores sucedió de nuevo, pero siempre se repetía lo mismo: una carretera de noche, de frente, con más o menos luces y a veces por un túnel; como quien va conduciendo pero su campo de visión es circular. Nunca conseguí reconocer ninguno de aquellos lugares.

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