35. REALIDAD IRREAL

En el tiempo que duró mi formación en Constelaciones leí aún varios libros de espiritualidad, principalmente  budistas: "El camino medio" y "El arte de la sabiduría" del Dalai Lama, "El libro tibetano de la vida y la muerte" de Sogyal Rimpoché, "Meditación" y "El equilibrio-cuerpo mente" de Osho, y también "Meditaciones ocultistas" de Kambhampathi Parvathi Kumar. 


El Budismo propone cierta irrealidad de las cosas tal y como las conocemos o, al menos, una ausencia de sustancialidad de lo corpóreo o material. A día de hoy, esta teoría está refrendada por la ciencia, la cual afirma que lo físico es mucho menos sólido de lo que aparenta. Para que te hagas una idea, se sabe que la relación de tamaño de los componentes de un átomo es la siguiente: el núcleo, formado por neutrones y protones, es como una naranja en medio de un campo de fútbol; los electrones, que giran a su alrededor, lo hacen a una distancia tal como el perímetro exterior de dicho estadio. En medio, simplemente, no hay nada. También se sabe que el organismo humano es, al menos, un 60% agua. Así que el "engaño de los sentidos" del que ya hablaba el filósofo Platón en el siglo IV antes de Cristo, está actualmente más que confirmado. 


El Budismo insiste, además, en que la identidad que cada persona forja sobre sí misma, una identidad no sólo corporal sino también mental, a través de la memoria de la propia biografía, es igualmente falsa. Así lo confirma la Filosofía occidental del siglo XX, de la mano de un pensador que ya he nombrado, Edmund Husserl. La conciencia del "sí mismo" no es más que una corriente temporal de recuerdos o de expectativas de futuro a la que atribuimos cierta consistencia. Pero el tiempo no posee una realidad como tal: lo pasado ya no es y el futuro aún no es. De modo que, hablar de un "yo" es en realidad un constructo mental sin ninguna base real. De lo único que podemos estar ciertos es de la sensación actual de cada instante presente.


Ahora bien, si no poseemos sustancialidad mental ni física, de algún modo no somos, o estamos imbuidos en una realidad total indefinida que se renueva sin cesar momento a momento. Desde esta corriente espiritual, cualquier cosa que sucede en el aquí y ahora es posible, pero a continuación ya no es. Permanecer como observador de este movimiento continuo es lo que se denomina "ser consciente" y la práctica de esta observación se denomina "meditación".


Yo practiqué meditación en sus múltiples formas durante este período, tanto en quietud como en movimiento. Y aunque su objetivo es el desprendimiento, también resultó ser una forma de encontrarse con experiencias místicas o trascendentales.


Ya bastante experta en el arte de meditar, al que me dediqué una hora diaria durante al menos un año, se me ocurrió organizar un taller grupal. Estábamos sólo tres personas en una amplia sala iluminada a través de un amplio ventanal. Los otros dos participantes se tumbaron en colchonetas a mi derecha y a mi izquierda. Yo permanecí sentada y con los ojos abiertos, habida cuenta de que ahora mi práctica era permitir cualquier visión que se produjera sobre la aparente realidad. La pared de enfrente me quedaba a unos cuatro metros de distancia. 


Al rato de estar en reposo, simplemente presente, aparecieron a baja altura, casi a ras de suelo, tres bolas de color: dos azules a los lados y una dorada ligeramente más grande, del tamaño de una pelota de tenis, en el medio. Distaban entre ellas unos veinte centímetros y giraban lentamente sobre sí mismas en levitación. No hice nada, las observé con claridad hasta que, al cabo de unos diez segundos, desaparecieron. Su imagen se superponía a la propia de la habitación en la que, supuestamente, me encontraba.

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