25. LA MANO DE MI MADRE

Después de vender mi casa, cambié el cielo a rectángulos del centro de Madrid por unas vistas impresionantes de la Sierra de Guadarrama, desde un pequeño apartamento alquilado en las afueras de Móstoles. 


Con treinta y ocho años, tras una crisis en tema de amores, decidí buscar alguna terapia que me ayudara. Pasé por una consulta de Psicología Gestalt, una sesión de Biodanza y varias de Medicina Tradicional China, en las que logré algunas conexiones claras sobre aspectos de mi vida pasada. Comencé también a leer libros de autoayuda. "El poder del ahora" de Eckhart Tolle, "Consciencia" de Osho y "Conócete a ti mismo tal y como realmente eres" del  Dalai Lama fueron mis lecturas principales de esa época. 


Sin embargo, fue al llegar a las Constelaciones Familiares Chamánicas cuando se me abrieron las puertas a otro mundo. 


En el primer taller al que asistí, el facilitador comenzaba a colocar a los representantes. Primero sacó a una mujer alta y corpulenta, incluso algo gruesa, y la situó en el centro del círculo de sillas, donde estábamos sentados el resto de participantes. A continuación me invitó a salir y me puso de pie frente a ella, muy cerca, a unos veinte centímetros de distancia. Yo no sabía qué rol representábamos ni ella ni yo, pero tras mirarla a los ojos un segundo, mi cabeza cayó sobre sus senos y mi cuerpo se debilitó completamente; de tal modo que ella tuvo que agarrarme con firmeza, en un abrazo de osa gigante, para que no me fuera al suelo. Terminé llorando angustiosamente entre sus brazos, sin siquiera saber por qué. Mi cuerpo había hablado por mí.


Ese mismo día también me facilitaron mi propia terapia. Lo que se me ocurrió decirle al constelador fue que había dos personas en mí, yo las llamaba Sole y Soledad. Sole era simpática, sociable y dicharachera. Soledad era nihilista, escéptica y de una frialdad tal que a mí misma me daba miedo. Salieron los dos personajes a escena y, a continuación, una representante de mi madre. Sole, que terminé siendo yo misma durante la constelación, se tiró a los pies de mi madre, a lágrima viva, suplicando su amor. Después de casi veinte años de su muerte, de haber sido el tema de introspección más importante de mi vida, me quedó claro que aún no había expresado lo suficiente el dolor emocional sufrido por su enfermedad y su ausencia.


Esa noche, al acostarme, arropada entre las sábanas y en la oscuridad de mi habitación, sentí claramente que una mano se posaba en mi cabeza. En ese momento no cupo duda la mano suave y tierna de mi madre quien, desde algún lugar, me decía que estaba conmigo.

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