41. TÚNEL DEL TIEMPO

La ayahuasca, como le dicen en Brasil, Perú o Ecuador, o el yagé, como le dicen en Venezuela y Colombia, es una planta medicina, de conocimiento y de poder. Las plantas maestras no sólo curan heridas sino que proporcionan conocimiento. ¿Qué conocimiento es este? Uno que viene de una íntima comprensión, de un entendimiento súbito más que de un análisis lógico. En el chamanismo tolteca se lo denomina "conocimiento silencioso" porque no viene del "bla, bla, bla" de la programación mental, sino de la apertura del ser individual a la conjunción universal de todo lo que es.


Yo me tomé la asistencia a los talleres de esta medicina chamánica, como un acceso a este tipo de conocimiento; el cual, aunque inicialmente versara sobre mí, poco a poco se fue trasladando a temas más genéricos, como la vida, la existencia o el ser. Mi sed de comprender el universo entero y todas sus posibilidades de manifestación a través de lo humano, no tenía límites. Participé casi en tantos retiros como asistí a talleres de Constelaciones. De hecho, aunque probé muy diferentes terapias, tantas que casi no me dará ocasión de mentarlas todas, estas dos formas fueron las predominantes durante mi etapa de búsqueda o crecimiento personal.


Después de mi primera ceremonia de yagé, me di cuenta de que para trascender al mundo de lo que es incognoscible mediante la razón, primero había que rendirse a soltar cualquier sentimiento de apego al propio ser. Era verdaderamente como morir a lo conocido habitual para encontrarse con lo místico que está más allá. Por suerte para mí, después de las primeras tomas, la medicina ancestral me llevaba directo a ese lugar y pude encontrarme con una serie de entendimientos que aparecían espontáneamente: una no manda en el conocimiento silencioso.


Algunos de esos entendimientos tenían que ver con la mente o la realidad. Y otros con mecanismos para acceder a ese mismo entendimiento. Respecto a este último caso, contaré algo sobre la activación de la glándula pineal. Yo ya había probado en meditación todos los enfoques visuales posibles para activar el tercer ojo. Pero fue con la ayahuasca que me di cuenta de que los oídos también tenían una importante función. Si te concentras en los oídos, primero en los tímpanos y luego en los oídos internos, puedes llegar a sentir, a la altura de la nuca pero por dentro, el bulbo raquídeo, donde se encuentra el cerebro reptiliano: el radar que llevamos dentro. Desde ahí sólo queda, con una relajación ocular total, esperar a que aparezca la visión. 


Una de las vivencias más llamativas fue la siguiente, tan clara como un sueño lúcido en vívidos colores. Estaba en un pasillo gigante cuyas paredes y suelo eran de color blanco luminoso. El techo no era visible, pues me visualizaba a mí misma desde arriba, como a una distancia de veinte metros. A los lados del pasillo había enormes ventanales en forma circular. Partían desde el suelo hasta una altura que, en comparación con mi figura, podía ser de cuatro o cinco metros. Desde el punto de vista de la observación, los ventanales se sucedían hasta el infinito. Mientras caminaba por el túnel, ya con una visión más cercana a mi propia imagen, podía ver que en cada ventana sucedía un acontecimiento concreto de la historia de la humanidad. La sensación es que los había del pasado, pero también del futuro. Recuerdo que intenté fijarme más en uno de ellos, como para tratar de reconocerlo o recordarlo. En ese momento todo se desvaneció.

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