1. VIAJE A LA MUERTE

Mi primera visión fue inconsciente. No digo que no la viera, la vi, pero en ese entonces había decidido no creer en Dios. Así que cuando tuve la vivencia que ahora voy a contar, pensé que era sólo producto de la sustancia que había fumado y no de mi espíritu que regresaba a casa.


He de decirte que, ya para los dieciséis, yo era una joven dispuesta a experimentar todo lo que la vida me ofreciera. ¿Las drogas? Sí, también. Me costó un tanto hacerlo, por todos los miedos que circundaban a su alrededor. Pero en las siguientes páginas, no sólo te voy a contar algunas experiencias, sino también cuál fue mi relación con todas las sustancias que probé.


Una cosa más antes de empezar. No es lo mismo un sueño que una experiencia trascendental. Yo estaba muy conectada a mis sueños y podría también escribir un libro sobre las enseñanzas que encontré en mis contenidos oníricos. Pero la diferencia es muy clara: después de un sueño te despiertas, después de una experiencia, no. Por eso se llaman también "visiones" o "conexiones" porque, si un sueño puede ser casi real, una experiencia de este tipo lo es del todo.


Andaba en casa de una compañera del Instituto Poeta Viana, donde cursaba lo que, por aquel entonces se llamó, el Bachillerato Experimental y que dio paso a la nueva Ley de Educación o LOE. Era la segunda vez que probaba el cannabis, marihuana o, también, desde mi relación actual con esta planta, Santa María… ya verás por qué.


Ocurrió entonces lo que sigue: Yo estaba echada en la cama y, con mi cuerpo completamente relajado, me elevé; por eso en el mundillo de las drogas lo llaman "viajar". Estaba en un ataúd sin paredes, completamente abierto, salvo por sus aristas de color blanco luminoso, como barras de neón. Flotaba en el espacio infinito, en medio de un universo negro, eterno y estrellado. Dentro me encontraba yo, tal cual era en ese momento. Podía ver las estrellas inmóviles a mi lado. Lo que sentí allí era nada… CALMA, VACÍO, PAZ.


Como ya mencioné, yo tenía 16 años y no le di importancia o no quise dársela. Con el tiempo me di cuenta de que, en aquella mi primera conexión, había visto y sentido a la misma Muerte, plena de silencio y armonía. El Dios que entonces aborrecía, en su primera invitación, fue increíblemente generoso.

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