8. ELEMENTAL, QUERIDO WATSON

Ya que estoy con sustancias permitidas o, si se quiere "drogas legales", contaré también mis primeras experiencias con el tabaco. Yo empecé a fumar tabaco de una forma poco habitual: a solas y buscando un efecto concreto.


El primer contacto fue mezclado con "santita", como me gusta llamar a la marihuana o al hachís, y me llevó a la experiencia inicial que he relatado, de estar flotando en el universo dentro de un ataúd de aristas luminosas.


El tabaco a solas no lo había probado entonces. Pero dicen, y es cierto, que si pruebas el tabaco es fácil que te enganches a él. Diré porqué. 


El tabaco o su componente principal, la nicotina, tiene una cualidad: aclara la mente. La famosa "pipa de la paz" se fumaba, entre oponentes o enemigos tribales, para conseguir llegar a puntos de acuerdo en una situación de conflicto. En una reflexión o en una conversación, se fuma para lograr entendimientos más amplios o resoluciones novedosas. De ahí que el personaje de Sherlock Holmes, el famoso detective capaz de resolver los crímenes más difíciles, fumara en pipa cuando necesitaba encontrar una respuesta clara.


En realidad, lo que provoca el tabaco es lo mismo que consiguen otras sustancias, cada una en su forma y medida: activa el tercer ojo. Las visiones que una persona tiene, tanto en estado de vigilia como en el sueño, se producen porque los dos hemisferios cerebrales trabajan juntos. Cuando la red neuronal que conecta el lado lógico-racional y el lado creativo del cerebro se activa al máximo, se siente una presión en el entrecejo que da lugar a esas percepciones más amplias de lo normal.


Mis primeros cigarrillos fueron claramente inspiradores. Recuerdo las clases de literatura de tercero de Bachillerato, muy entretenidas cuando se trataba de leer, pero amedrentadoras cuando tocaba escribir. La profesora nos conminaba una y otra vez a crear relatos, descripciones o narraciones, para fomentar en nosotros el arte literario. Pero, la verdad, no era uno de mis fuertes, ni aún lo es, imaginar contenidos de ficción.


Un buen día se me ocurrió una estratagema. Salí de la casa familiar rumbo a un estanco que había dos calles más abajo y le compré a la señora que lo regentaba un cigarrillo. Por aquel entonces los vendían sueltos a duro (cinco pesetas).


En mi casa no se permitía fumar, así que, tras adquirir mi sustancia prohibida, me di un paseo y recalé en el mejor lugar posible para la inspiración: un pequeño castillo abandonado con jardines alrededor.


Allí me senté y encendí el cigarrillo. Comencé a fumar muy lentamente, dando bocanadas amplias y centrada en la llama incandescente que lo consumía. En mi cabeza estaba la tarea de literatura y a qué lugar podría viajar para inspirarme. 


Después de dos o tres caladas, surgió una idea clara que fue tomando forma con las siguientes. Al final del cigarrillo, ya había florecido en mí el guión de un relato. Con él marché a casa dispuesta a escribirlo.


Así me sucedió muchas veces, hasta tomar la costumbre de que cada vez que necesitaba inspirarme para una redacción, realizaba la rutina que he expuesto. Durante muchos años, ante cualquier tarea que exigiera profundidad, claridad o concentración, el tabaco fue mi mejor aliado.