29. AHRIMAN

Con la terapia de Constelaciones, además de relaciones familiares, puede tratarse cualquier tema que una persona necesite sanar o sobre la que desee obtener claridad. De este modo surge lo que se llaman Constelaciones Sistémicas, es decir, la aplicación de este método a cualquier problemática posible y, en consecuencia, se introduce cualquier rol imaginable, no sólo de personas vivas o fallecidas. 


Además, durante mi segundo ciclo de formación realicé monográficos sobre otras terapias naturales, cuyos elementos también se incorporaban a las Constelaciones. Por tanto, en esta época, representé un abanico enorme de roles diferentes: desde objetos inanimados, elementos aparecidos en un sueño, partes del organismo humano, enfermedades o cuerpos sutiles; hasta flores de Bach, tipos del eneagrama, elementos de la medicina tradicional china, vidas pasadas o incluso ángeles.


Ya te harás una idea, con todo esto, de que la mente o, al menos la mía, poco podía intervenir durante tales representaciones. ¿Cómo se siente ser una casa o una flor de Bach? ¿Qué hacen una enfermedad o un pie si los sacas a escena? ¿Cómo se comporta un ángel, una vida pasada que ni siquiera se recuerda o una entidad cualquiera espiritual? La única consigna era dejarse sentir y expresar libremente lo que se moviera a través de uno.


Dentro de todo este montón de elementos hubo dos que el profesor introducía en cualquier ocasión que fuera propicia, ambos procedentes de la Antroposofía de Rudolf Steiner: el Ser Supremo, entidad superior a todas, y Ahriman, representante más alto del lado oscuro.


Cuando me tocaba representar al Ser Supremo sentía paz, bondad y gran compasión por la debilidad humana; mis brazos se abrían con las palmas tendidas hacia delante, como para abarcarlo todo en un gran abrazo o expandir luz a todo lo presente, y me encontraba en atención plena, sin tratar de intervenir en nada. Por el contrario,  cuando tuve que representar al "jefe" de todo lo malo, la cosa fue muy diferente. 


La primera vez me fui directa hacia una silla, me subí a ella y me coloqué de cuclillas, con los pies en punta y los brazos elevados sobre la horizontal, como quien despliega un enorme par de alas. Mi cuerpo trataba de mostrar a un animal volador gigante, poderoso y fiero; como un dragón oscuro venido de las representaciones artísticas del Medievo. Pero lo más inverosímil no fue esto: en las sucesivas interpretaciones se repitieron tres características que lo diferenciaban de cualquier otro rol al que me hubiera enfrentado.


En primer lugar, tenía la capacidad de observarlo todo. Mi  atención no se centraba sólo en lo que ocurría dentro de la Constelación, como en el resto de roles, sino que miraba también al círculo exterior de personas sentadas e incluso a los límites de la habitación. En segundo lugar, cuando me ponía el "traje" de Ahriman, mi visión no sólo era más amplia, sino también más penetrante: podía ver quién era quién desde su corazón, quién llevaba pureza y quién mala intención o herida, y aún más, sentía el poder de tocar las teclas necesarias para avivar el mal en aquellos débiles de corazón. En tercer término, este ser no actuaba sólo, en el sentido de que para que el mal se abriera paso, tenía que ser a través de un ser humano: cuando en la Constelaciones se abrían los corazones, él sencillamente se quedaba presente pero aletargado.

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